CRÍTICA: "KONG: LA ISLA CALAVERA" (Jordan Vogt-Roberts, 2017)


"KONG: SKULL ISLAND" êêê


El director norteamericano Jordan Vogt-Roberts será el encargado de trasladar a la pantalla grande el popular juego de Konami Metal Gear Solid que, en principio, tiene previsto su estreno para este año y que tiene ansiosos a los fans. Curtido en el campo de la televisión en series como Death Valley y Eres lo peor, su debut en el largometraje se produjo con Los reyes del verano (2013), un interesante relato sobre tres adolescentes que se van a vivir a una cabaña en el bosque independizándose de sus padres para disfrutar de una vida salvaje al margen de las normas de la sociedad.

       
   Si Vogt-Roberts ha podido enfrentarse con éxito a una producción descomunal como Kong: La Isla Calavera, puede hacer frente a otros proyectos de envergadura sin que le tiemble el pulso. Y es que esta tercera versión de la mítica cinta de 1933 pergeñada por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack ha contado con un presupuesto de 200 millones de dólares y desprende un agradable aroma a serie B, una monster movie entretenidísima que fusiona con ingenio a clásicos como Apocalypse Now, Jurassic Park y la leyenda fundacional de King Kong, una sugerente miscelánea no exenta de magia, aventura y poesía.

    
   Kong: La Isla Calavera nos sitúa en el año 1973 cuando se acaba de firmar el armisticio por la Guerra de Vietnam. Es entonces cuando un variopinto grupo de exploradores y soldados es reclutado para viajar a una isla remota del Pacífico. Entre ellos se encuentran el capitán James Conrad (Tom Hiddleston), el teniente coronel Packard (Samuel L. Jackson) y una reportera fotográfica, Mason Weaver(Brie Larson). Al incursionar en la misteriosa isla, el grupo se encontrará con algo realmente sorprendente. Sin saberlo se están adentrando en los dominios del mítico Kong, el gorila rey gigante de la isla. Será Marlow(John C. Reilly), un peculiar habitante del lugar que está en la isla desde la segunda gran guerra, quien les enseñará los secretos de la Isla Calavera, además del resto de criaturas monstruosas que la habitan.


      Con guiños y homenajes constantes a “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad y su magistral adaptación a la pantalla grande con el título de Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), no sólo en el espectacular despliegue de helicópteros al que pone la banda sonora clásicos del rock de los 70, también en el nombre de Conrad de Hiddleston y Marlow de John C. Reilly, autor y protagonista de la excelente obra literaria, haciendo uso de un humor agudo y rehuyendo la vana pretenciosidad incluso en el dibujo de los personajes (meros arquetipos al servicio del espectáculo), Vogt-Roberts dota de un sentido lúdico a una historia que en ocasiones ha resultado demasiado pomposa, eliminando los michelines de las largas presentaciones (versión Peter Jackson) y apostando por un estilo chispeante y pulp que convierte en una montaña rusa de sensaciones la aventura vivida por un puñado de héroes de pacotilla que nos van a regalar algunos gags desternillantes. La ausencia de complejos hace que Kong: La Isla Calaverase imponga como un relato libérrimo que no da un solo momento de respiro al espectador, desarrollando una imaginación desbordante, gran sentido del suspense y rindiendo un sentido homenaje al mito fundacional, ese guardián de la isla convertido en muralla infranqueable entre los ritos de la salvaje civilización y la naturaleza virgen en toda su crudeza.

     
   Con momentos gloriosos (Samuel L. Jackson sosteniendo la mirada a Kong, Shea Whigham y el gag de las granadas, el momento íntimo de la reportera y Kong) y unos exuberantes efectos digitales, la función, de argumento simple pero eficaz concreción, se eleva como un viaje apasionante viaje hacia un recóndito lugar tan terrorífico como hermoso y lleno de amenazas (magnífica la escena de la araña gigante), un lugar donde el heroísmo patriotero no vale una mierda (“no hemos perdido la guerra, la hemos abandonado”, dice el patético militar encarnado por Samuel L. Jackson sobre Vietnam), Vogt-Roberts pone toda la carne en el asador para que la degusten los amantes de los blockbusters inteligentes, desplegando una imaginería visual apabullante desde el primer y trágico ataque a Kong de los helicópteros, que como todas la secuencias de acción está rodada con un realismo insultante. Kong: La Isla Calavera es evasión pura y dura, una agradable sorpresa.