EL THRILLER SEGÚN RIDLEY SCOTT

    
  
    Además de dirigir dos de las tres mejores películas de ciencia ficción de la historia, Ridley Scott (South Shields, Inglaterra, 1937) siempre ha demostrado una gran inquietud temática y pasión por el cine de género. Hagamos un repaso a sus aportaciones al thriller, cuyas obras han gozado de diferente fortuna, tanto a un nivel crítico como en taquilla, pero que sin duda han marcado diversas etapas de una fructífera carrera que comenzó allá por 1977 con el magnífico drama de época Los duelistas.

“LA SOMBRA DEL TESTIGO” (1987)


   Con un guión original de Howard Franklin, La sombra del testigo nos presenta a Mike Keegan (Tom Berenger) un policía del barrio de Queens de Nueva York que está felizmente casado con Ellie (Lorraine Bracco). A Mike le asignan un asunto peliagudo: proteger a Claire Gregory (Mimi Rogers) una rica y atractiva mujer que es el testigo clave de un asesinato. Antes del juicio, el asesino intentará eliminarla. La constante vigilancia  de Keegan hará que, sin darse cuenta, policía y testigo se vean envueltos en una apasionada historia de amor.

      
    Scott demuestra que hay vida fuera del cine fantástico con este thriller muy pegado a su época, y es que el gusto por las modas y los ritos coyunturales siempre han sido muy del agrado del director británico. Pero a pesar de lo previsible de la trama, la suntuosidad formal tan definitoria de su autor y el abanico de clichés desplegado, La sombra del testigo es un film resultón y entretenido con tintes dramáticos y románticos, que pone énfasis en la diferencia de clases. Un contraste que se hace evidente  en la relación que inicia el modesto policía que lleva una vida humilde y de carencias al lado de su mujer (la siempre exquisita Lorraine Bracco), con la existencia llena de lujo y glamour de la testigo protegida, perteneciente a la alta sociedad de Manhattan. La película no funcionó lo bien que se esperaba en taquilla, aunque sí en el formato Vhs, tal vez debido a la saturación de thrillers de parecida temática que se estrenaron en aquella década, y eso que tenía a su favor un potente reparto, una espléndida ambientación nocturna de la jungla de asfalto y una dirección contenida de un director que ya era todo un referente.


“BLACK RAIN” (1989)

  
    Estamos ante uno de los thrillers más celebrados por el aficionado de finales de los 80. Con un libreto firmado por Craig Bolotin y Warren Ellis, Black Rain nos narra la historia de Nick Conklin (Michael Douglas) y Charlie Vincent (Andy García) dos policías de Nueva York a los que asignan la misión de escoltar a un peligroso asesino de la Yakuza hasta Japón; pero una vez en el aeropuerto de Osaka, el detenido se escapa. Intentando atraparlo de nuevo, los polis van a parar a los bajos fondos de la ciudad, donde se verán envueltos en una encarnizada guerra entre bandas rivales de la mafia japonesa.


    En formato buddy movie que tanto juego dio en los años 80, Black Rain hubiera arrojado un resultado más exuberante de haber estado dirigida por el hermano de Ridley, el fallecido y recordado Tony Scott, catedrático en estética publicitaria y maestro en el juego rimbombante de filtros y humo. Un estilo y una estética que llegó a crear escuela y con el que consiguió firmar algunas perlas. Dos policías: uno irascible, inconformista, irónico, chulo, apasionado de las motos y de cuidada melenita (Douglas); el otro, relamido, elegante, con su gabardina como bandera y con estilo y pinta de latino (García). Aparentemente nos ofrecen una imagen impecable de eficacia aunque sus métodos no resulten muy ortodoxos. Sin embargo, entre los dos no dan para una neurona porque en lugar de entregar al mafioso a los buenos se lo entregan a los malos… por aquello de que los japoneses parecen todos iguales. 

  
    En su peligrosa misión  de volver a atrapar al asesino, Andy García será objeto de una mortal encerrona por parte de un grupo de esbirros encabezados por el fugado mafioso, que ha dejado sin hálito al pobre e ingenuo Andy. A partir de entonces, el duro y enrabietado Douglas removerá los cimientos de Osaka para tomarse cumplida venganza. Aparte del contraste de culturas -nada nuevo bajo el sol-, Black Rain es un film artificioso y manierista, con una atmósfera sombría y unos escenarios que se parecen a los de BladeRunner. Una película cargada de tópicos que se impone como un remake camuflado de la excelente Yakuza (Sydney Pollack, 1974) y en la que aparece y desaparece de pantalla Kate Capshaw, que se retiró de la interpretación tras casarse con Spielberg. Un thriller aparatoso muy recordado por el aficionado.  


 "AMERICAN GANGSTER" (2007)   
   

     
     Ridley Scott aceptó hacerse cargo de un proyecto que ya le había sido ofrecido hace más de un lustro por el productor Brian Grazer, quien compró los derechos de un artículo publicado en la revista “New York” en el que se narraba la historia real del auge y caída de Frank Lucas, un narcotraficante afroamericano que reinó en la década de los setenta controlando el negocio de la droga en Harlem. El guionista Steven Zaillian (La lista de Schindler) se hizo cargo del libreto partiendo de dos líneas narrativas paralelas que, lógicamente, acaban confluyendo; la trayectoria y apogeo del tal Lucas y la del detective de la policía de Nueva Jersey obsesionado por darle caza, Richie Roberts.
     

     A través de un dilatado metraje de más de dos horas y media, American Gangster nos sitúa en el Nueva York de finales de los sesenta para presentarnos a un Frank Lucas(Denzel Washington) a quien en un principio vemos ejerciendo la función de guardaespaldas y chófer del mafioso “BumpyJhonson (Clarence Williams III), un tipo cruel y sin escrúpulos con fama de ser una especie de Robin Hood entre su comunidad. Será tras la muerte de éste cuando le llega la oportunidad de ponerse al frente de la organización para rellenar el vacío dejado por su mentor y así encargarse de la distribución de heroína en el Harlem neoyorquino, actuando con rapidez y contundencia para evitar que el suculento negocio caiga en manos del capo italiano Dominic Cattano(Arrmand Assante). Su idea es muy simple pero eficaz: comprar la mercancía directamente al suministrador llegando a un acuerdo con el dueño de la plantación, y así, al mismo tiempo que reduce gastos de intermediación, se las ingeniará para transportar la heroína resultante en los ataúdes que llegan a Estados Unidos provenientes de la guerra de Vietnam. Con un negocio tan floreciente, no tardará en ejercer su poder y hacerse multimillonario. Mientras tanto, al frente de la brigada de estupefacientes es nombrado el detective RichieRoberts (Russell Crowe) un tipo limpio e íntegro que, por eso mismo, tiene fama de marciano y de persona poco fiable dentro del sistema policial de aquellos años, arquetipo al que responde a la perfección el detective Trupo(Josh Brolin) un tipo podrido hasta la médula que aprovecha su autoridad para lucrarse. Aunque Richie tiene problemas con su ex esposa, Laurie (Carla Gugino) con quien pleitea por la custodia de su hijo, consigue crear un equipo de confianza para intentar atrapar a Lucas, que se convierte en su máxima obsesión.

     
     Desde que tuve conocimiento de que este film entraba en fase de preproducción iba adueñándose de mi una expectación tal vez exagerada y cierta esperanza de que por fin Ridley Scott, el siempre considerado hermano bueno de Tony, hubiese encontrado la senda adecuada para salir de una vez por todas del atascadero en que se encontraba, utilizando la fórmula más antigua pero eficaz y que tan buenos resultados artísticos le había proporcionado: apoyarse en buenos guiones para hacer buen cine. Algo para lo que tiene demostrado talento y sobrado oficio. El británico no ha desaprovechado la oportunidad para firmar una obra apasionante y por momentos excitante a la que le falta sólo un pico para resultar genial, debido a que se ve castigada por un metraje a todas luces excesivo, la carencia de una mayor garra y, sobre todo, de una más honda  emotividad. A fuerza de ser sincero he de reconocer que me he dejado llevar con absoluta entrega por su fascinante planteamiento, esas líneas argumentales proyectadas como raíles paralelos cuyo punto de convergencia se espera con interés. 


     Ni que decir tiene que el trabajo soberbio de los actores es uno de los elementos esenciales para mantener ese interés, y brillando por encima de todos está Josh Brolin, metido en la piel del detective corrupto que lo mismo mama de la teta del Estado que la del crimen, retratando con admirable personalidad y solvencia el devastador panorama policial de los setenta. Ala sazón es justo señalar que todo el elenco asume su rol con impecable profesionalidad, lo que dice mucho la magnífica dirección de actores por parte de Ridley, que utiliza en esta ocasión el actor fetiche de su hermano,  Denzel Washington, para dar oxígeno a un Lucas capaz de saltarse todas las barreras morales (aprovechándose del valor sagrado del dolor y la muerte para dar cobertura a sus negocios y vendiendo droga a su propia comunidad, una minoría negra ya de por sí asolada por todo tipo de problemas en sus guetos) y actuando si es preciso con espeluznante frialdad (le vemos prender fuego a un individuo en plena calle y disparar a otro con la mayor sangre fría sin que eso le impida acompañar a su madre todos los domingos a la iglesia).
     

     Por otro lado, actuando como contrapunto moral e imprimiendo carácter a Richie Roberts está Russell Crowe, policía honesto y de inquebrantable fe que choca frontalmente con el sistema de corruptelas imperante (hasta el punto de devolver a sus superiores casi un millón de dólares que ha aprehendido, cuando al parecer lo normal en aquella época es que se lo hubiera embolsado), un detective que aspira a ser abogado y que se siente comprometido en desenmascarar a quien se encuentra detrás de la tupida red del negocio de las drogas que tanta muerte y destrucción está causando, incluso dentro de sus propias filas, una misión ardua de la que a veces se ve desligado  por la presión que ejerce su ex mujer en la lucha por la custodia del hijo de ambos, y tocado por la soledad ante el escepticismo de otros colegas que no creen que un negro esté al frente del mayor tráfico de heroína del mundo. 


     Por añadidura, el lujo de la producción, el potente diseño de producción, la acertada labor de vestuario, la excelente luz de Harris Savides nos retrotrae a la atmósfera de tonos grisáceos y colores apagados de los setenta, sumergiéndonos magistralmente en una década socialmente convulsa, en la amplitud de unos escenarios originales que en su día fueron pateados por los personajes reales del relato... Todo un universo ideado para iluminar una epopeya en la que no sólo importa la trayectoria vital de los personajes, también los mundos opuestos de los que proceden y pertenecen. Aerican Gangster está jalonada por multitud de apuntes referenciales que nos remiten desde El padrino de Harlem (Larry Cohen, 1973) y French Connection (William Friedkin, 1971) hasta El precio del poder (Brian De Palma, 1983) pasando por los policíacos setenteros firmados por el mejor Lumet (Serpico, 1973) e incluso acusando el tono atmosférico de la más reciente Zodiac -la última obra maestra de Fincher con la que guarda otros puntos en común- y que a pesar de estar construida bajo los parámetros clásicos del género, adolece de una mirada más diabólica,  radical e hiriente para profundizar sin límites en el eje dramático de la historia. Con todo, estamos ante uno de los mejores títulos de un año que ya es historia.
     


 “RED DE MENTIRAS” (2008)

     
     A la vejez viruelas. Ridley Scott está haciendo más cine en los últimos años que en toda su carrera, de hecho este año ya lleva estrenado dos films, la excelente AmericanGangstery esta Red de mentiras, que muy bien podría haber firmado su hermano menos prestigioso, Tony. No sabemos si será la madurez o la inquietud al constatar que el tiempo es un cuchillo que, a sus 71 años, le invita a recuperar el tiempo perdido. Ahora nos cuenta una de espías: Roger Ferris (Leonardo Dicaprio) es el mejor agente de campo de que dispone la CIA, su nueva misión le obliga a seguir a un terrorista que opera desde Jordania. Su vida depende en gran medida de las observaciones y directrices que le ofrece el veterano agente del Servicio de Inteligencia Ed (Russell Crowe), casi siempre a través de una línea de teléfono segura. Ferris busca infiltrarse en la organización del terrorista con el apoyo de Ed, buen conocedor de una zona en la que había sido jefe de la CIA.
    
   
     Basada en la novela “Body of lies” del periodista David Ignatius, Red de mentiras se engloba dentro del cine parido a raíz de los ecos traumáticos de los atentados del 11-S y la posterior “guerra contra el terror”. Scott tiene el talento y el oficio para facturar una película tan convencional y previsible adornándola con envoltorio de lujo, que tiene su mejor gancho en sus dos cabezas de cartel, ya que sin ellos la película tendría mucho menos recorrido, pero su equilibrada, limpia e impecable ejecución no puede evitar las taras de un libreto plano derivado de un material estereotipado, que vuelve a incidir en las operaciones de la CIA en Oriente Medio sin ofrecer óptica novedosa alguna.
     

    Claro que sus dos protagonistas están bien, el juego se mueve entre ellos, en sus acciones y los diálogos que mantienen a través de un teléfono móvil, avanzando en una trama que oscila entre el cine de acción y el thrillerde espionaje político. Argumento que no acaba nunca de enganchar porque, repito, nada relevante nos cuenta. Si bien puede servir como apunte sobre el hervidero de la situación política en la zona, pero el hilo elegido para desliar la madeja es demasiado débil, aunque a veces tengamos la falsa impresión de que la historia puede dar un giro menos comercial (esbozo de crítica sobre las injerencias yanquis). La guinda que corona el pastel es la imposible relación sentimental que el guapo Dicaprio inicia con una enfermera de la zona del conflicto, asumiendo con pretensiones absurdas la necesidad fugaz del amor en los tiempos del cólera.
     


"EL CONSEJERO" (2013)

    Este cronista andaba muy mosqueado con las críticas negativas que había recibido la última película de Ridley Scott, El Consejero,  al otro lado del Atlántico. Como saben mis lectores más cinéfilos, Scott cuenta en su filmografía con tres obras maestras indiscutibles: Los Duelistas (1977), Alien, el octavo pasajero (1979) y Blade Runner (1982). Pero en su ya extenso currículum como director podemos encontrar muchas obras que aun situadas algún peldaño por debajo de los tres films citados tienen mucha más calidad que filmografías completas de infinidad de directores: La sombra del testigo (1987), Thlema & Louise (1991), Gladiator(2000), American Gangster (2007), Red de mentiras (2008).

  
    Claro que, todos nos preguntamos cómo el firmante de semejante historial artístico, que le ha hecho acreedor de un lugar destacado en la historia del cine, ha podido pergeñar bodrios como La teniente O´Neil (1997), Los Impostores (2003) o Un buen año (2006), por citar unos ejemplos. A pesar de lo que dijera Baudelaire, la respuesta es simple: no se puede ser sublime sin interrupción. No obstante, había en su nuevo proyecto un par de aspectos que me hacían estar impaciente: un elenco espectacular y, sobre todo, que el film se erigía sobre un guión original (es decir, sin basarse en ninguna novela suya) de Cormac McCarthy, el autor de las magníficas Meridiano de sangre, No es país para viejos y La Carretera. Una vez cocinado, horneado y servido el pastel no puedo sino confirmar la miopía, sordera y atrofiado paladar de todos esos críticos y concluir que estamos ante otra gran obra de un gran gourmet.     

   
   La película nos presenta a un abogado del que nunca se cita el nombre (Michael Fassbender) que a pesar de vivir de manera muy solvente no parece estar contento con lo que tiene, y cree que su preciosa novia y futura esposa, Laura (Penélope Cruz), de la que está enamorado hasta las cachas, se merece más. Para solventar la cuestión, decide introducirse en el peligroso mundo del tráfico de cocaína. Así, se traslada a la frontera de Estados Unidos con México, donde se alía con un poderoso traficante llamado Reiner (Javier Bardem) para vender un cargamento valorado en 20 millones de dólares. Por allí aparece también un extraño personaje (Brad Pitt) que participa en la arriesgada operación. Por otra parte, una atractiva mujer argentina, Malkina(Cameron Díaz), que posee cierta conexión con Reiner, entrará en escena siendo una pieza esencial. Sin embargo, nada saldrá como estaba planeado, por lo que el heterogéneo grupo tendrá que hacer frente a situaciones de extrema violencia, pues sus respectivas ambiciones serán su perdición.

     
   Como queda apuntado, el mayor atractivo para un fan de la literatura Cormac McCarthy es hacer identificables sus diálogos y personajes, y a fe que en El consejero esto es lo más significativo hasta el punto de que es más reconocible su particular universo temático que el pulso y la mirada original de Scott. McCarthy apenas concede entrevistas y la primera vez que apareció en televisión fue en 2007, pero es fácil adivinar que tiene debilidad por el cine, prueba de ello es este guión de hierro y su aparición, junto con su hija, el año de aquella edición de los Oscar de No es país para viejos. El escritor norteamericano, como gran explorador de las raíces del mal y la violencia salvaje, siempre dota a sus personajes de una rica e inteligente verborrea, esto se nota en los excelentes diálogos del film que están siempre salpicados por una afilada inquietud. En la función vemos desfilar una galería de personajes corroídos por la codicia y enredados en el siempre sórdido y amenazante mundo del narcotráfico, la ilusión en la búsqueda de un dinero fácil que ponga definitivamente fin a sus preocupaciones y de estabilidad a sus relaciones sentimentales. Para ello tienen que correr riesgos inasumibles, un precio muy elevado, pero las tentaciones son tan humanas.


        A pesar de la curiosa escena sexual de Cameron Díaz con un Ferrari California amarillo, de momentos de ultraviolencia pulp dentro de una sucia atmósfera Tex-Mex e inspiración tarantiniana, el verbo se impone siempre a las imágenes para razonar sobre lo humano y lo divino, el capitalismo salvaje y los ritos de la sociedad actual, el perdón, la culpa y las encrucijadas del destino. En El consejero encontramos todas las constantes obsesivas de la literatura de McCarthy: el deseo y el amor que arrastra a los hombres débiles a la perdición, el mal en su representación más gráfica y cruel, el poder como arma de control… y el espectador avispado sabrá sacar  partido de esa primera hora de diálogos en distintos escenarios y que comienza con un explosivo cunnilingus con el que nuestra Pe se muestra agradecida. Diálogos trascendentales que se suceden para cimentar un pacto con el diablo y la gran tragedia, que lleva a nuestro protagonista (un consejero que acepta consejos) a recorrer los sinuosos caminos que le conducen hasta la puerta misma del infierno con un pase vip. Un arco dramático en fatal in crescendo que pone énfasis a la visión descorazonadora de su autor.

      
     Sabemos que Ridley Scott es un director bastante onanista y de gran sofisticación visual, de lo que estamos también seguros es de que pocas veces ha sido tan fiel a la idea de un libreto como en este relato fronterizo que basa su peculiaridad en el modo discursivo de plantear los dilemas morales, una fábula rebosante de sentencias y condicionamientos semánticos, en la que igual se cita a Machado que se divaga sobre la mujer y la moral o sobre una compleja y letal arma que rebana a la víctima el cuello. Fassbender luce en los momentos más dolorosos, y aunque Javier Bardem y Penélope Cruz cumplen sin demasiadas alharacas, es Cameron Díaz quien trasciende el vulgar bosquejo de Femme Fatale para convertirse en una letal y sibilina serpiente. A diferencia de todos esos críticos desconcertados ante la abstracta caligrafía de la cinta, ocurre que a mí todas esas personalidades –de algún modo escindidas- me resultan magnéticas y vigorosas, me gusta cómo se mueven, cómo visten, cómo hablan y finalmente como arden en la hoguera de las vanidades a la que se han visto arrastrados por su gran avaricia: anhelos que se despeñan por un vertedero como manjar para las aves carroñeras.