CRÍTICA: "PATERSON" (Jim Jarmusch, 2016)


La belleza más profunda se encuentra en las pequeñas cosas
PATERSONêêêê


     Paterson es una ciudad que cuenta con cerca de 150.000 habitantes y que está situada en el condado de Passaic (New Jersey, Estados Unidos). Conocida como la ciudad de la seda, en ella se encuentra la gran catarata del río Passaic y sus habitantes presumen de que en esta ciudad, fundada en 1831, han nacido personajes tan famosos como el poeta Allen Ginsberg y el actor Lou Costello, entre otros. El siempre peculiar Jim Jarmusch, firmante de títulos míticos del cine independiente como Bajo el peso de la ley (1986), Mistery Train (1989) y Noche en la tierra (1991) y de ese extraño e hipnótico western titulado Dead Man (1995), sitúa en esa ciudad su última y hermosa película que sirve de homenaje a las personas que, aun en tiempos tan malos para la lírica, saben apreciar las cosas sencillas y hermosas.

    
    Paterson(Adam Driver) trabaja como conductor de autobuses en Paterson (Nueva Jersey). Cada mañana se levanta temprano y ejecuta la misma rutina: sin utilizar el despertador se despierta y consulta su reloj de muñeca, da un beso a su mujer, su amada Laura (Golshifteh Farahani), desayuna, camina hasta su lugar de trabajo, conduce el autobús y escribe en una libreta algunos poemas. Por la noche pasea al perro (Marvin, un personaje más de la función) y visita el bar de su amigo, en donde se rinde homenaje a figuras clave de la ciudad, se toma una cerveza y otra vez de vuelta a casa. Paterson, poeta en su tiempo libre, vive tranquilo en su cotidiana existencia. Las repeticiones marcan su diario discurrir, y su único compromiso es escribir unos poemas que proyectan su visión del mundo, mientras vive una bella historia de amor junto a su mujer.

    
    Mentiría si dijera que la nueva criatura de Jim Jarmusch resulta accesible para toda clase de público, porque el asiduo espectador de multisalas saldría echando sapos y culebras por la boca tras su visionado. Paterson es una ciudad de Nueva Jersey, el nombre del protagonista del film y el título de una de las obras más significativas del poeta William Carlos Williams, que vivió en Paterson aunque no nació  en esta ciudad. Por lo que al mismo tiempo la película surca un espacio geográfico particular, una filosofía de vida (la del protagonista) y un universo de inspiración lírica. Dividida en siete capítulos que se corresponden con los siete días de la semana, el espectador asiste a los ritos cotidianos de un conductor de autobuses con ínfulas de poeta que escribe poemas sobre los objetos más comunes (una caja de cerillas) o sobre las sensaciones de su relación sentimental con la mujer amada, que tras la jornada laboral le espera para contarle sus sueños e ilusiones, y que está empeñada en pintar todo lo que está a su alcance.


     Es como el día de la marmota, siempre el mismo ritual, porque en esos planos reiterativos, en la reminiscencia  e impresiones déjà vu se encuentra el latido de la vida, el embrujo profundo de las relaciones humanas, el poder los sentidos, la esencia del amor en su extracto más íntimo y perdurable. De la palabra hablada o escrita como cauce universal para servir de guía a los pensamientos y los sentimientos… y así encontrar la verdad en las cosas más simples y bellas.


       Paterson (un pluscuamperfecto Adam Driver dotando de sublimes matices a su personaje) no tiene ordenador ni teléfono móvil ni le interesa internet ni las redes sociales. Jarmusch dibuja a un hombre frente (y dentro) de su austero microcosmos: desayunando cereales, desarrollando con responsabilidad su trabajo, conversando (siempre de manera lacónica) con su mujer o el dueño del bar que frecuenta, escribiendo poemas en sus ratos libres y rara vez le interesa alguna cosa extraña a ese entorno, salvo cuando, de camino a su casa, se encuentra a una niña que como él escribe poemas. Paterson no tiene coche, camina hasta su lugar de trabajo observando la arquitectura urbana de Paterson o medita sentado frente a la gran catarata que preside la ciudad, siempre es puntual sin necesidad de utilizar el despertador, sólo obedece a los dictámenes de su corazón y aprovecha los tiempos muertos para alimentar sus sueños, sin otra pretensión que dar sentido a la existencia.

   
    Vale la pena señalar el contraste entre la parquedad y hermetismo de Paterson y la explosiva vitalidad de su mujer, siempre enérgica e inventando actividades de dudoso gusto artístico para rellenar el tiempo, que pasa tan lentamente y sin alteraciones reseñables en esa pequeña y gris ciudad con más pasado que futuro. Paterson es una excelente película que edifica su exiguo aparataje para alcanzar lo sustancial de la vida en un tiempo tan extraño como vacuo: los besos y las caricias sobre la piel cálida al despertar, el refugio del hogar, el silencio contemplativo… y los sueños, que aunque envueltos con la forma de la mentira, reflejan nuestro espíritu de la realidad.